Y SIGUEN LOS PROBLEMAS

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 11, X Parte

Otro final también trágico, bajo la forma de animal condenado a la muerte, es el que sufre el osado Acteón, cazador que ha sido discípulo del afamado centauro Quirón, en ocasión de una inocente incursión cinegética en solitario en un terreno prohibido. Da la casualidad, que siempre es una forma del destino, de que Acteón, cansado de la jornada e indolentemente tumbado sobre una roca y a la orilla del agua, sea testigo del baño de una maravillosa divinidad, que no es otra que Artemis. Bien saben los mortales lo que suele ocurrir en estos casos: furia divina. En efecto, así es, Artemis no puede consentir que nadie la vea desnuda y, menos todavía, que nadie pueda contarlo una vez ocurrido el hecho y, sin dudarlo ni un segundo, hace que el joven hijo de Aristeo se vea convertido en ciervo por su inmisericorde mandato, después sea perseguido por la jauría de feroces sabuesos relegados por Hefesto y aumentados con el paso del tiempo hasta llegar a cincuenta animales feroces y que éstos lo destrozan con saña, obedeciendo la orden de su ama, y dejando sentado que su imprudencia es imperdonable, aunque haya sido una situación involuntaria, algo que ha pasado porque la diosa no ha reparado en que alguien podía estar allí, al otro lado del arroyo, en Orcomenes. La horrible muerte, devorado bajo el aspecto del más indefenso de los animales del bosque por un ejército desproporcionado de perros asesinos, no es más que un aviso para el resto de los varones de todo género. Hay que tener en cuenta que Acteón no era un pobre humano sin filiación; el joven era el nieto de Apolo y Cirene, hijo del buen Aristeo; que su padre —el creador de la apicultura— fue cuidado y protegido por las ninfas, por esas ninfas que tanto representan para Artemis, con especial amor, pero que todo ello de nada le sirvió, al tener delante de sí a la tremenda y enfurecida diosa desnuda, tan celosa de su pudor y buen nombre, que prefirió el cruel escarmiento antes que la justicia.

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