SUS MUY PECULIARES ACOMPAÑANTES

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 18, XVI Parte

Poseidón, aparte de sus caballos y de ser conocido también bajo la forma del caballo, tuvo siempre a su lado a los delfines como cabalgaduras, compañeros y —en ocasiones— cómplices, como es el caso de aquella historia del Delfín, que fue su intercesor con Anfitrite, aunque se diga que era marino y no pez el que le ayudó en la conquista de la nereida amada. Era el dios que sostenía el planeta en el que vivimos, porque el Océano rodeaba la tierra y era evidente que él desde los mares, soportaba el peso de la tierra firme. Además, Poseidón había dado forma a las costas, había arrancado trozos de montañas para formar los acantilados o había pasado la mano por el litoral para dejar suaves playas y abrigadas bahías en las que los barcos y los navegantes encontrasen refugio. También había salpicado el mar de los griegos de las más hermosas islas que se podían concebir. Pero no se había limitado a los límites entre su mundo y el interior, ya que también había dibujado con sus dedos o su tridente las gargantas por las que discurrían los ríos, o había dejado el embudo de un lago con su dedo índice o con todo el perímetro de su puño. Por eso, aparte de tener a su lado a las sirenas traidoras, a las nereidas inigualables, a las oceánidas hermosas y a los tritones poderosos, Poseidón era señor de las ninfas, ondinas y náyades de los lagos, de los ríos, de las fuentes, todas ellas eran parte de su hermosa corte y comparsa divina y a él debían pleitesía y obediencia por ser parte del mundo acuático, pero, a pesar de las impresionantes posibilidades de tal compañía, y dado su terrible carácter, se le retrata mejor manejando tempestades y provocando terremotos, aunque sólo sea para poder después pasearse por sobre las aguas, aplacando las fuerzas que él mismo despierta, o acomodando la tierra que sostiene sobre sus hombros en una mejor posición para los hombres que sobre ella viven. Por esas razones, el temible Poseidón también gozaba de un estatuto muy especial, era reverenciado por los hombres porque Grecia estaba rodeada de ese mar y su inestable geología les recordaba incesantemente el poder del dios y la posibilidad de que la tierra se abriese bajo sus pies si no sabían honrar al dios y, sobre todo, porque era él quien, en definitiva, iba a permitirles que el agua tan necesaria para sus tierras siguiera manando alegremente.

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