ROMA Y MARTE

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 13, X Parte

En Roma, como antes en Grecia, Marte había comenzado siendo una divinidad campesina. Si en Grecia había sido protector de ganados, en Roma lo era de los cultivos, pero al final, y transformado en señor de la guerra, lo que pueda quedar de Ares griego pierde su carga negativa y pasa a incrustarse dentro de la coraza del venerado dios Marte, como padre de Rómulo y Remo, o como hijo de Juno. Bajo su advocación se construyen las zonas militares, los campos de Marte. Las tropas ya son marciales, como sinónimo de virtud castrense. Las conquistas son la forma apropiada de expandir el imperio y las victorias se celebran para siempre como fundaciones de las nuevas bases de partida para el renovado mundo latino. La de las armas es una de las grandes y nobles carreras de los ciudadanos de Roma, si no la primera, y por ello el gran dios Marte, junto con su imprecisa compañera Belona como conductora de sus carros de guerra (la antigua Enio de los griegos), se convirtieron en divinidades muy positivas y sumamente ejemplares a partir del reinado de Numa Pompilio, cuando el dios le hizo llegar a la tierra su escudo de bronce, como señal de su apoyo en la guerra. El escudo sagrado y otras copias idénticas, para evitar que alguien pudiera robar la pieza divina y terminar con Roma, se custodiaron por los salios, los encargados de mantener el imperio a cubierto de la desgracia. Ahora les acompañaban Pavor, Pallor (la palidez), como antes lo habían hecho Deimos y Fobos en su tierra de origen. También estaban en el cortejo marcial Honos (el honor), Pax, Victoria, Vica Pota (la que arrebata) y Virtus, en una comitiva que describe muy precisamente la perfecta máquina de guerra y de absorción que había montado el imperio, no sólo para adueñarse de nuevas tierras, sino para hacerse res petar y admirar dentro de los territorios conquistados. Aunque Marte es el protagonista, la presencia de la paz hace que la victoria no sea humillante, mientras que la existencia del honor y la virtud vienen a paliar los dolorosos efectos del botín arrancado a los vencidos. Cuando Virgilio cuenta la guerra de Troya, vuelve a aparecer el magnífico Marte en lugar del poco querido Ares, y su presencia es suficiente para que se haga automáticamente la exaltación de las virtudes militares, de los combates heroicos; nada queda de la postura distanciada y crítica de los autores griegos ante la guerra, ante cualquier guerra de los mortales. La frase latina más reveladora de la necesidad de una clase militar es: "si vis pacem para bellum" (si quieres la paz, prepara la guerra) y ese consejo terminó por ser la médula de toda la política humana hasta nuestros días.

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