NUEVE HERMANAS DIFERENTES

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 22, XV Parte

Las Musas estaban presentes de muy distintas maneras en la vida prodigiosa de los dioses y los héroes, cantando las empresas realizadas por ellos, como hacía la buena de Clío, mientras que su mano escriba con detalle lo acaecido y hasta haciendo sonar la trompeta de la fama, para que nadie pudiera quedarse sin conocer el portento y a su protagonista. Calíope, más recogida y pensativa, era quien hacía suya la ciencia y daba forma a la epopeya, componiendo los mejores versos que la épica podía querer para sí. Erato gustaba de tocar —como Apolo—la lira y danzar a su son, animando a quienes gustaban de la música a dejarse llevar por ella hasta sus límites, si es que existían tales confines para la danza. Euterpe colmaba de gozo a quienes se dejaban atraer por la música de los más humildes, y personificaba su apego a los músicos modestos, acompañándose de una flauta rústica, y con sólo ella tenía suficientes medios para alegrar a todos los que en su música creían. Melpómene estaba sometida a la disciplina coral de Dioniso y esa adscripción garantizaba su arte, lo que le valió ser incluida en las filas de los cantores de la tragedia, cantores corales que debían modular su voz a la armonía y a la prestancia del conjunto, para mejor llevar a la escena las grandes historias en las que se cruzaban los caminos de los dioses con los pasos inciertos de los seres humanos. A la serena Musa Polimnia le correspondía actuar como patrona de la música que se dedicaba a los dioses, siempre pensativa y majestuosamente escondida en su larga túnica. Talía llegó a ser la muy querida Musa de la festiva representación teatral de la comedia, la Musa contrapuesta a su hermana Melpómene. Era la diosa bacante y cómica de la careta en la mano y la corona de hiedra sobre la frente, siempre dispuesta a hacer reír y soñar a sus espectadores. Terpsícore bailaba al son de su cítara, pero no como Erato, sino con la dignidad que debía darse a las danzas dramáticas. Por último, Urania estaba en un mundo aparte al de sus hermanas, ya que ella cuidaba del cielo y los cuerpos que en él brillan, y se ocupaba de medir el orbe con su compás, estableciendo sobre la faz de la tierra todos los muchos conocimientos que de la observación astronómica se derivan. En conjunto, las Musas empezaron a destacarse del conjunto de divinidades femeninas, más que nada por su especialización, ya que Horas, Parcas, Arpías, Gracias, etc., solían formar grupos compactos, sin individualidades destacadas.

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