LAS GRACIAS

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 22, XVI Parte

Finalmente, las tres Gracias o Cárites de las que acabamos de hablar forman el último grupo de serviciales divinidades que se pueden considerar en este gran grupo de personalidades auxiliares olímpicas. Son las tres Cárites las inigualables hijas de Eurinome, la diosa de todas las cosas, y del gran Zeus, y son así de grandiosas, porque a las tres se las constituye tres en fuente de toda la belleza y toda la gracia que pueda existir en la tierra o en lo alto de los cielos, en un culto originado en Orcómenos, en donde se las imaginaba como piedras caídas del cielo, para después ser representadas en la escultura púdicamente cubiertas de largas túnicas, y terminar siendo, en la más liberal Atenas, las tres mujeres desnudas y alegres de su belleza. Para que tengamos idea justa de la belleza física que acompañaba y distinguía a estas tres Cárites, a las muy hermosas Calé, Eufrosine y Pasítea (o Aglaia, Eufrosina y Talía, según la versión que se elija), hay que decir que, en una determinada ocasión, las tres tuvieron que vérselas con la diosa de la belleza y el amor, nada menos, porque se disputaba por el inexistente título de la máxima belleza con Afrodita, seguramente por deseo de esta diosa, que querría revalidar su condición de insuperabilidad en su categoría y así se hizo. Para juzgar se eligió al mejor adivino de Grecia, al ciego Tiresias, aunque para entonces no debía serlo, porque si no, difícilmente hubiese sido árbitro de tal concurso, aunque gozara de la visión interior que le concediera Hera. La cosa es que Tiresias —a quien ya le había pasado más de una aventura parecida— no tuvo más solución que decir la verdad y presentar a Calé como la mujer a quien habría de considerarse como la más bella. Como de costumbre Afrodita reaccionó coléricamente, con esa rabia que tienen sólo los dioses para con quienes se atreven a contradecirles, y castigó a quien había osado disgustarla, no a la bella Calé, sino al sincero y honesto Tiresias, a quien convirtió en un muy achacoso anciano. Calé entonces se sintió responsable de la triste suerte corrida por el castigado juez y lo llevó consigo a la isla de Creta, para cuidarlo y atenderlo merecidamente.

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