MUJERES CASTAS

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 17, IV Parte

Una de las misiones de las vestales, si no la más principal, consistía en vigilar ininterrumpidamente el fuego sagrado y conservar reavivada su llama. Por ello, al igual que la diosa a quien se habían consagrado, deberían permanecer puras y, por lo mismo, se les exigía cumplir las más estrictas normas al respecto. Desde que resultaban elegidas como vestales —hecho que tenía lugar ya desde la más temprana edad, a partir de seis o diez años, según los casos—, y para lo que deberían de reunir unas cualidades personales dignas de encomio —ausencia total de taras físicas y cuerpo perfectamente sano, tanto en ellas como en sus ascendientes más directos— las muchachas ya se imponían, como norma de vida, el más estricto celibato.

Una vez que habían sido elegidas, las vestales recibían una enseñanza especial, una educación basada en el propio, y permanente, sacrificio. Por lo demás, no debían olvidar que todos sus actos deberían aparecer recubiertos de la más absoluta pureza que imaginarse pueda.

En caso de que las normas que estaban obligadas a seguir las aprendices de vestales fueran infringidas, les sobrevendrían, de modo indefectible, crueles castigos. Cuentan los autores clásicos que, en ocasiones, a las vestales que faltaron gravemente a sus compromisos y deberes, se las aplicó una severa e irrefragable medida. Fueron enterradas vivas entre las paredes de una fosa subterránea cavada para tal fin. Sin embargo, apenas se dieron casos de violación de tan inflexibles normas.

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