LOS CELOS PROFESIONALES DE ATENEA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 9, XII Parte

Atenea, según consta en los archivos mitológicos, ni conoció varón ni se preocupó por ninguno de ellos, mortal, semidivino o plenamente entronizado en el Olimpo. Pero la diosa virgen también fue la sagrada inventora de la mayor parte de las cosas y oficios útiles para la humanidad que en ella confiaba. Entre sus invenciones está el hilado y el tejido y, en esas cuestiones, sus celos profesionales eran tan fuertes como los de una mujer apasionada en el amor. Pues bien, hay momento en la crónica de Atenea en el que surge el apasionamiento y la divina dama pierde el control de sus templados nervios de acero. El caso fue que Aracne, princesa de Lidia, que era una hábil y primorosa doncella con el telar, elaboró una tela maravillosa, la que habría de ser su última obra. Atenea tuvo en sus manos el paño de Aracne, y, a medida que lo examinaba crecía su enojo, porque el paño de la princesa era, a más de hermoso como ninguno que jamás se hubiera visto, tan perfecto como si hubiera sido obra de los poderes celestiales. Aquella demostración de perfección y arte era demasiada humillación para la diosa. Ante el delicado dibujo de un Olimpo lleno de cuadros plenos de colorido e intención, en los que se describían las más románticas escenas de los pobladores de tan ilustre morada, Atenea no supo hacer más de lo que no debía: destrozar el paño hasta reducirlo a harapos. Aracne, dolida o aterrorizada por la crueldad de su rival textil, se suicidó, ahorcándose del techo. La venganza de Atenea no terminó con su muerte, y la diosa se complació hasta el infinito, haciendo que, a partir de ese momento, la pobre Aracne pasara a ser una araña, con su cuerda de muerte transformada en hilo salvador que le permitió desandar el camino de la muerte hasta volver a la vida, aunque —eso sí— ya convertida en un insecto poco agraciado y aún menos apreciado.

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