LAS DOS MUERTES DE LICURGO

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 20, IX Parte

Se cuenta que los tracios, que como ya se ha dicho, nunca tuvieron motivos racionales para querer a su soberano, aprovecharon el consejo divino y decidieron darle una muerte terrible. Arrojaron al demente entre los caballos salvajes y las bestias tardaron poco en descuartizar al reo loco en la cumbre del monte Pangeo.

Se cumplió el deseo del joven dios, restableciendo su sangre el poder germinativo de las tierras de cultivo y se quitó el pueblo de encima al insano rey, quien poca oposición podía ya presentar al rencor de sus hastiados súbditos. Pero también se dice que el rey Licurgo no se enfrentó con el poderoso general victorioso y el dios enloquecido, sino que intentó matarle a él y a sus gentiles protectoras, cuando no era más que un niño, cuando todavía estaba en manos de esas bondadosas Ninfas, de las Híades. La criatura salió corriendo hacia el mar, para refugiarse también en esta ocasión en la gruta de Tetis. En esta versión del mito, Licurgo también era un ser odiado, pero no sólo por el pueblo llano e impotente, sino por el Olimpo en pleno y no es de extrañar que Zeus, defendiendo de nuevo a su hijo y a las cinco maternales Ninfas, haga uso de las armas de su panoplia divina y lance con mano certera el rayo a los ojos del cobarde rey. Ese divino rayo de Zeus dejó ciego instantáneamente al monarca, iniciándose desde ese momento su terrible e irremediable agonía. Mientras Dioniso quedaba a salvo y podía volver junto a sus queridas Ninfas, a seguir libando el delicioso manjar de mieles que le servía de alimento exclusivo, para continuar con su ciclo de paso de la niñez a la adolescencia divina, otra vez milagrosamente a salvo de la sucesión de asechanzas que sobre él se habían abatido desde el mismo momento de su concepción.

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