LA VIDA AMOROSA DE ZEUS/JUPITER

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 7, VIII Parte

Zeus, aburrido en su Olimpo eterno, se deja caer sobre doncellas apetecibles, y lo hace con imaginación y alegría, apareciéndose como un cisne enamorado y tierno, como una lluvia de fino oro o como un brioso toro, por no extendernos en demasía. Los hijos habidos de tan raras uniones deben quedar clasificados de manera específica, para separarlos de los legítimos habidos dentro del marco olímpico y legal. Para conocer mejor a Zeus/Júpiter, hemos de establecer con orden sus múltiples relaciones: tendremos que ver su matrimonio con Leto o Letona; otro con Deméter; otro más con Hera, que era también, aparte de esposa, hermana del dios del cielo; más los celebrados con Maya y Dione. Pero no podríamos olvidar los contactos habidos con Io, con Dánae, con Alcmena, con Egina, con Leda, con Europa, con Semele, con Antíope, con Calisto (que era hermosa ninfa, a pesar del equívoco que pueda despertar su nombre entre nosotros), con Climena, con Menalipa, con su hija Afrodita, con Juno, con Eurinome, con Mnemosina, con Ceres, con su otra hermana Temis, etc. En muchas ocasiones, como acabamos de comentar, estas uniones no nacían del deseo del dios, sino de la conveniencia del Estado romano y el dios Júpiter tenía que plegarse a ellas para congraciarse con los nuevos súbditos incorporados al Imperio, aunque ahora vamos a referirnos sólo a los amores clásicos, por así decirlo.

Y, ya que hablamos de matrimonios y/u otras románticas uniones, debemos dar una mínima relación de hijos habidos, legión por numerosos y maraña por complicaciones genealógicas. Zeus/Júpiter era un dios, por sobre todas las cosas, que tuvo mucho poder y todo el tiempo de la eternidad para enamorarse repetidamente, pero también era hombre desarmado, cuando sus esposas legales le sorprendían en una aventura y tenía que inventar excusas y tratar de salir del paso con la máxima dignidad, si eso era posible, o escabullirse del lío familiar, sin que se le pueda tachar de juego sucio, ya que no se escudaba en su divinidad a la hora, no por habitual menos complicada, de intentar salir airoso del trance doméstico.

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