EL LARGO HISTORIAL MATRIMONIAL Y FAMILIAR

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 7, IX Parte

Afrodita: La diosa por excelencia del Olimpo, hija de Urano —de la espuma que surgió de lo que un día fueran atributos viriles del dios, tras la amputación sufrida a manos de Cronos— o hija de Zeus y Dione, en otro mito anterior y menos sangriento que el primero.

Alcmena: Zeus se convirtió en el vivo retrato de Anfitrión, esposo de Alcmena y rey de Tebas, para poder usurpar como marido la compañía de la gentil reina Alcmena. La treta funcionó a la perfección, y de tal amor surgió nada menos que Heracles, el Hércules de los romanos, el más poderoso héroe de la antigüedad, el héroe que fue capaz de realizar los más prodigiosos trabajos, que se le impusieron como pruebas sucesivas.

Antíope: La hija del rey Nicteo de Beocia. Para esta ocasión Zeus se hizo pasar por un modesto pero erótico sátiro y el encantamiento hizo el oportuno efecto. No hay que confundirla con su homónima Antíope, reina de amazonas y esposa del gran Teseo.

Calisto: Diana, la diosa cazadora de los romanos, hija de Júpiter, tenía en alta estima a la gentil ninfa Calisto, pero Juno no compartía esta opinión y, como esposa celosa de Júpiter, convirtió a la muy bella ninfa en osa; Júpiter, conmovido, hizo que la madre y el hijo de su unión pasaran a ocupar un puesto privilegiado en el cielo, como Osa Mayor y Osa Menor.

Ceres: Ceres es la Deméter de los latinos, hija de Saturno y Cibeles y, por tanto, hermana de Júpiter. Los lazos de sangre no evitaron que surgiera un apasionado amor entre ambos.

Climena: Una esposa más de la larga lista de matrimonios del alegre Zeus, con quien tuvo a Atlas, aquel gigante condenado a soportar el peso de todo el firmamento sobre sus espaldas.

Dánae: La historia de la seducción de Dánae es una de las más hermosas del abultado historial del dios transfigurado. Dánae era hija del rey de Argos, de Acrisio, quien había sido avisado por un oráculo de que seria muerto por su propio nieto. Para intentar —vanamente, como es lógico— torcer la voluntad del destino, decidió poner fuera de toda posibilidad de galanteo a su hija. Así hizo, encerrándola en una torre de bronce, o en una cueva, según las distintas leyendas. Zeus, excitado sin duda por la dificultad, se transformó en una sutil lluvia de oro y consiguió su propósito, engendrando al buen Perseo quien, a la postre, sería causante involuntario de la muerte de Acrisio, al lanzar la jabalina, que, en lugar de probar la fuerza y destreza del joven, afirmaría el poder de los oráculos y la inexorabilidad del destino, utilizándole a él como un simple vehículo mortal de las decisiones del Eterno.

Deméter: Diosa de la agricultura en el panteón griego, como lo fue Ceres en el romano, esposa de Zeus, además de hermana del Dios y de otra de sus esposas, la celosa y vengativa Hera, Deméter representa el culmen de la unión (permitida siempre a los dioses y a los héroes) incestuosa por excelencia. Perséfone, la Proserpina de los romanos, nació de este amor.

Dione: Una ninfa hija de Urano u Océano y Tierra o Tetis, de quien se enamoró en su día Júpiter ardientemente y dio paso a otra grandiosa y gozosa divinidad, Venus, nacida de su seno en algunas de las versiones latinas, que preferían tener a la diosa de la belleza y el amor tenida en un romance, antes que verla como surgida por accidente de una castración del padre por el hijo.

Egina: Otra ninfa, esta nacida de un río de Beocia, del Asopo. Júpiter tuvo que ingeniarse un nuevo aspecto para eludir la celosa vigilancia del padre, pasando a ser una llama, tan ardiente como su pasión por la hermosa niña. El amor se dio a conocer de la manera más natural, en forma de dos varones: Eaco y Radamanto. Tras la pasión y la correspondiente maternidad, Júpiter se portó como un caballero, haciendo que la ninfa tomara la forma de isla para evitar el inminente castigo de su airado y decepcionado padre.

Eurinome: Otra madre de hijas famosas, Eurinome tuvo a las tres Cárites (las tres Gracias para los latinos), Eufrosina, Talía y Aglaya, con la incomparable ayuda de Zeus. Ella, nacida de la unión de Océano y Tetis, hermana —por tanto— de Dione, según buena parte de las leyendas, consiguió la felicidad eterna con esta unión amorosa.

Europa: El rey Agenor de Fenicia estaba muy orgulloso de la belleza y de los muchos dones de su hija Europa, tanto que Zeus debió enterarse y eso fue el acicate o la mínima excusa, que apenas necesitaba el fogoso dios para lanzarse a conseguir el objetivo femenino del momento. Convertido en toro, Zeus arremetió contra el grupo de jóvenes doncellas que rodeaban a Europa en su baño y pudo hacerse con la hermosa joven, a la que montó en su lomo y llevó hasta la isla de Creta. En la isla mediterránea, tras haber cruzado las aguas de un modo poco convencional, Zeus y Europa vivieron apasionado romance y de esta unión nacerían tres hijos: Minos, Sarpedón y Radamanto, quienes serían jueces de los infiernos.

Hera: Celosa y poco amiga de bromas extraconyugales, puesto que Hera debía llevar a rajatabla su personalidad oficial de divinidad del matrimonio, Hera ocupa un lugar preferente entre las grandes esposas de Zeus, de quien también fue hermana, puesto que no sólo está unida en matrimonio, sino que se convierte en la mujer inquisitiva por excelencia, persiguiendo al veleidoso marido sin tregua: descubriéndole en todas sus infidelidades y sacándole los colores cuantas veces haga falta. Zeus y Hera se casaron en un mes de Gamelión, según dice la tradición, y ese era el mes invernal y matrimonial por antonomasia de los matrimonios en la Grecia clásica, al menos en palabras de Hesíodo, quien era más preciso, ya que apuntaba al día cuatro del mes como día perfecto para el himeneo, sin duda porque habría averiguado, con rigor, que tal sería la fecha del desposorio de los dioses, de ese matrimonio con la diosa del matrimonio, y esposa tan exigente para un dios tan libertino, pero animador de las tertulias y compadreos del Olimpo.

Io: Inaco era otro rey de Argos, como lo fue Acrisio, el padre infortunado de Dánae. También como él, Inaco tuvo la mala fortuna de contar con la bendición de una hija hermosa, tanto que Zeus terminó por enamorarse de ella y hacerla amante. Hera, que no estaba dispuesta a ser la comidilla de los cielos, se propuso interrumpir los devaneos de su marido con la terrenal belleza y el dios pergeñó una idea de las suyas para ocultar las formas comprometedoras de la gentil princesa, que pasó a ser vaca. Terminado el encanto de la aventura, Zeus dejó la vaca a un gigante, a Argos, para que se ocupase de la criatura y siguió su camino habitual. A pesar del desprecio celestial, los griegos fueron subiendo de categoría a la hermosa Io, y terminaron por hacer de ella una deidad de la Luna, en paralelo con otras mitologías, especialmente con la egipcia, que gozaba de merecida fama y consideración. De este amor nació Epafo.

Juno: Juno es la versión romana de Hera. Con ella como patrón, los latinos hicieron también a una de las esposas principales de Júpiter, hija de Saturno y Cibeles, deidad de primera línea de los cultos públicos y celosa inquisidora de las ausencias sin justificar de su infiel y divertido marido, el colosal amador Júpiter, rey del rayo, del trueno y, sobre todo, de la pasión rápida y espectacular.

Leda: Leda estaba casada con Tíndaro, rey de Esparta, y su matrimonio discurría con normalidad y sin sobresaltos. Al menos, hasta que se presentó ante la bella Leda un no menos hermoso cisne. La joven esposa se dejó embelesar con la graciosa ave, que no era otra cosa que un zoomórfico disfraz del rey del carnaval erótico, el siempre agudo y astuto Júpiter. De nuevo, Júpiter obtuvo en su romance el éxito deseado y de esa unión la pareja no tuvo hijos, sino huevos: cuatro, para ser más exactos, y estos huevos se abrieron para dar vida a Castor y Pólux por los varones y a Helena de Troya y Clitemnestra.

Letona: Esta divinidad, hija de un titán —Ceo— y de la buena Feba, también tuvo amores con Júpiter, y esos amores clandestinos y fuera del estricto círculo olímpico fueron motivo más que suficiente para que la celosa y airada Juno la emprendiera contra Letona. La rivalidad se hizo famosa y terminó por convertirse en nota definitoria por excelencia de la atractiva dama Letona.

Maya: Una de las siete hijas de Atlas, de esas pléyades que eran nietas del mismo Zeus. Sin reparar en detalles de parentesco, Zeus tuvo relaciones íntimas y satisfactorias con Maya y, desde luego, una legendaria descendencia, el gran Hermes. Maya, con sus hermanas, fue perseguida por el gigante y guerrero Orión y se salvó del acoso al ser convertida por el Cielo, con sus hermanas, en estrella, formando el grupo que mantiene para siempre el nombre de Pléyades. Esta Letona fue también conocida con el nombre de Leto, nombre compartido con un dios de la luz y la verdad, encarnado en el Sol.

Menalipa: Otra ninfa más en las noches románticas de Zeus. Con ella tuvo el divino rey de los cielos un hijo también con atributos meteorológicos como él: Eolo, divinidad de los vientos.

Mnemosina: Como su nombre hace suponer, Mnemosina era la diosa de la memoria, hija de Urano y Gea, los dioses fundadores de la gran dinastía mitológica olímpica, y tía de Zeus por parte de padre y madre, ya que Cronos y Rea eran hermanos de Mnemosina. De la unión nacieron las nueve Musas, las maravillosas deidades protectoras de las artes: Calíope, de la elocuencia y la épica; Clío, de la historia; Erato, de la elegía; Euterpe, de la lírica y la música; Melpóneme, de la tragedia Talía, de la comedia; Terpsícore, de la danza; Urania, de la astronomía, y Polimnía, del canto sagrado.

Semele: Hija de Cadmos, un rey de Tebas que sembró a sus propios súbditos, utilizando como semilla propicia los dientes de un dragón. Con Semele, Zeus tuvo a un simpático y popular dios de la vegetación y, sobre todo y antes que nada, del vino y su euforia, Dioniso (el Baco de los romanos), del que siempre su madre estuvo orgullosa, pues la salvó de las tinieblas del Averno y la transportó al Olimpo, cosa que su poderoso amante Zeus no hizo o no quiso hacer.

Taigeta: Una dulce y bonita Pléyade, hija de Atlas y Pleyona, hermana de Alción, Astérope, Celeno, Electra, Maya y Mérope, con la que Zeus mantuvo un romance pasajero, dentro de su habitual coqueteo con estas deidades menores, más mortales que divinas, pero con características sumamente atractivas a los ojos de los humanos y de los divinos miembros del Olimpo. También esta pasión tuvo su fruto: Amidas, el héroe de Laconia.

Temis: La hermana mayor de Cronos, padre de Zeus; tía y segunda esposa de nuestro dios y madre de divinidades temibles por su implacabilidad con los pobladores de la tierra, al llegarnos la hora final. Temis es también la diosa de la justicia y responsable de todas las leyes y normas laicas y religiosas que todos los humanos hemos de cumplir para vivir en armonía con los dioses y con nosotros mismos. Temis es la madre de las Horas y de las Parcas.

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