LA AVENTURA CON AFRODITA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 13, III Parte

A la bella Afrodita, ya se ha dicho, le atraía y le repelía la figura discutida de su compadre Ares; era una extraña relación la que les iba a tener cercanos en muchas ocasiones. Pero, especialmente, una de esas situaciones recordadas para la eternidad es la que se produce cuando el matrimonio de Afrodita con el deforme Hefesto estaba en su declive, Hefesto era el feliz y orgulloso esposo de la hermosa entre las hermosas, y quiso el destino desafortunado, para la desgracia del laborioso y bondadoso Hefesto, que Ares se prendase de Afrodita y que ésta le correspondiese. Los amores de Ares y Afrodita fueron largos, tanto que los tres hijos habidos en el tiempo del matrimonio con Hefesto lo fueron de la infidelidad. Estos hijos eran nada menos que Deimos y Fobos, los dos escuderos que habrían de acompañar a Ares a la batalla, y la gentil Armonía. Pero el adulterio terminó por descubrirse por un exceso de confianza de la irregular pareja y, cuando así fue, el marido burlado recibió el mensaje de un espía del Olimpo, Helios, dios del sol, que tuvo la ocasión de sorprenderlos durmiendo tranquilamente, a la luz del amanecer. El marido, enamorado siempre de su adorada Afrodita, reaccionó de un modo muy peculiar y, en lugar de salir airado al encuentro de Ares y Afrodita, ideó un plan para atraparlos en flagrante delito; si lo que se cuenta es cierto, hay que reconocer que Hefesto recurrió a un ardid trabajoso y excesivamente complicado. Elaboró en su fragua una red de metal fina y tan resistente, que ni el temible Ares la pudiera romper, y la dispuso en el lecho de su hogar, de modo que quien en él se acostase quedara atrapado irremisiblemente hasta la llegada del único que sabía de su colocación y funcionamiento. Para asegurarse del extraño triunfo de su trampa, Hefesto hizo saber a Afrodita que iba a pasar un extenso periodo de tiempo fuera de casa, en la isla de Lemnos y que tardaría en estar de vuelta. Naturalmente, la infiel esposa se alegró de la singular ocasión de gozar sin prisas de la compañía de su amante Ares y, tan pronto se hubo marchado el marido en su astuto viaje, llamó a su lado al adúltero dios, para continuar con su ya duradero romance en las inmejorables condiciones que la partida de Hefesto parecían propiciar. Felices de estar sin tener que preocuparse por un posible retorno del marido, los dos fueron directamente a la habitación en la que Hefesto había preparado la cama con su trampa.

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