HOJAS DE LAUREL

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 10, IV Parte

Reflexionaba Apolo sobre todas las cualidades de las que estaba adornado, y no hallaba fallo ni tacha ninguno en su propia persona. Acaso ya no se acordaba de su arrogancia para con el "afeminado Cupido". Cuanto más se miraba a sí mismo, menos veía sus posibles fallos. Finalmente, y muy a su pesar, Apolo no pudo conseguir el amor, ni el afecto de Leto, la cual se transformó en árbol, concretamente en un laurel que, por otro lado, se convirtió en el símbolo de Apolo y sus victorias, El relato de Ovidio nos da cuenta exacta de los avatares del dios y de la ninfa:

"Hijo de Júpiter soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la emoción de acotar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes con golpes certeros. Mas, ¡ay!, que me parece más certero quien me dio en mi blanco. Siendo el inventor de la medicina, el universo me adora como a un dios bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas.... pero ¿qué hierba existe que me cure la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles para todos los mortales, únicamente para mí no tienen poder ni prodigio.

Mientras hablaba así logró Apolo acortar la distancia que les separaba: pero Dafne de nuevo huyó ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos... Sus cabellos dorados y flotantes... Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión, los pies ligeros... y arreció en su carrera. Y fue aquello... como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza? Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas... ¡Y cómo palpita el corazón entonces...!

Llegó Dafne a las riberas del Paneo, su padre, y le dijo así desconsolada: " ¡Padre mío si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio... o tú, tierra, ¡trágame... porque ya veo cuán funesta es mi hermosura... "

Apenas terminó su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡qué bello aquel árbol! A él se abraza Apolo y hasta parece que lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser caricias. "Pues que ya — sollozó — no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de mis victorias. Mis cabellos y mi lira no podrán tener ornamento más divino. ¡Hojas de laurel! ( ... ) Cubriréis los pórticos en el palacio de los emperadores y reyes dejarán de aparecer verdes"

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