FLECHA DE AMOR Y DARDO DE DESAMOR

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 10, III Parte

No obstante la destreza y tino que Apolo había demostrado con su arco, y el efecto que sus flechas causaron en aquel monstruo que impedía con su sola presencia horrorosa la entrada a la gruta del oráculo de Delfos; sin embargo, y debido a una especie de arrogancia y prepotencia que, tan real como la vida misma, siempre acampana a quienes se creen superiores a los demás, o a quienes detentan determinados poderes, políticos o sociales... Lo cierto es que Apolo, envalentonado por la hazaña realizada al dar muerte a la serpiente Pitón, no se paró en mientes y un nefasto día para él insultó al dios del Amor, al certero Cupido, pues nadie como él sabe dirigir las flechas al lugar deseado.

Oigamos, al respecto, la narración de Ovidio:

"Porque Apolo, presuntuoso de su éxito sobre la serpiente Pitón, viendo a Cupido con el apercibido carcaj, le amonestó: Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y contra los feroces enemigos. Yo me he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo no conozco y no pretendas parangonar tus victorias con la mías. Sírvete tú de tus flechas como mejor te plazca —respondió el Amor— y hiere a quienes te lo pida tu ánimo. Mas a mí me place herirte ahora. La gloria que a ti te viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible".

Después de terminar su discurso, Cupido se dirigió hacia el monte Parnaso y, una vez allí, cargó dos flechas con el fruto del amor y la pasión en una, y en la otra, por contra, el abultado desdén. Las lanzó con gran tino y la primera se clavó en el pecho de Apolo, mientras la segunda alcanzó a la ninfa Dafne.

De este modo, la pasión de uno —en este caso Apolo— se estrellaría siempre contra el desprecio —latente en Dafne— del otro. Ante los requerimientos del dios, la ninfa respondía indefectiblemente con el repudio y la huida.

"¡Espérame, hermosa mía! — clamaba Apolo —. ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de funestas ideas! ¡Húyale el cordero al lobo, el ciervo al león y la paloma al águila, porque sus enemigos son; pero no me huyas, porque únicamente el más inmenso amor me impulsa!"

En vano clamaba Apolo; inútiles resultaban sus súplicas y sus ruegos, pues Dafne —debido a la influencia del certero dardo de Cupido— no reparó en él ni un instante siquiera.


Las lamentaciones de Apolo no parecían propias de un dios tan valeroso y victorioso como hasta entonces se había aparecido ante él mismo y ante los demás. La flecha del desamor, que Cupido le había clavado en el centro mismo de su corazón, estaba produciendo el efecto deseado por el certero arquero.

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