BAJO LOS CAMPOS ELISEOS

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 6, I Parte

Si el Olimpo es el monte sagrado, y representa con su verticalismo hacia lo celeste el sentido de la trascendencia. Si es morada de dioses y musas. Si en sus cumbres —ocultas a los ojos de los humanos— se une el cielo con la tierra. Y si de sus extremos parte la línea vertical que atraviesa el inmenso cosmos. Si es un lugar deseado. Si es centro de reuniones festivas y decisivas, también. Si, en fin, es el sitio idóneo para dar rienda suelta a la imaginación y a la creatividad... No por ello iba a constituirse en lugar único de estancia de musas, héroes y deidades.

Por otra parte, si existía una línea divisoria entre el cielo y la tierra, situada en las alturas, también habría que trazar las fronteras del mundo por abajo. De esta forma, se crea un cosmos perfectamente estructurado en el que los hombres de la antigüedad clásica hallan la necesaria variedad y diversidad de vida y hechos.

De este modo, nacerán los lugares subterráneos y de perdición, aquí serán desterrados quienes se han enfrentado a los dioses del Olimpo.

Estos siniestros lugares se hallaban situados bajo la mansión de los llamados bienaventurados, pues habían salvado sus almas de las graves penas que les hubieran esperado en el Hades.

La mansión que acogía a los buenos, después de su muerte, se llamaba "Los Campos Elíseos". Su extensión era enorme y su terreno estaba formado por verdes prados y por árboles de hoja perenne. Se cultivaba toda clase de frutos en sus fértiles huertos y corría la suave brisa de un viento que Céfiro —la personificación del viento benigno del oeste—enviaba con profusión. Sólo el murmullo de los arroyos serenos y apacibles, y el canto de los pájaros de variados colores, se escuchaba. Todo, en "Los Campos Elíseos", era armonía y calma. Nada, ni nadie, turbaba el merecido descanso de los bienaventurados. En suma, se trataba de un lugar paradisíaco, en el que no tenían sitio ni la vejez, ni la muerte, ni el dolor, ni la ruindad, ni el odio, ni la envidia...

Bajo "Los Campos Elíseos" se hallaban las moradas subterráneas y las tierras oscuras y abisales de la noche: los "infiernos" o el "Tártaro".

Al "Tártaro" eran precipitadas las deidades que desobedecían las órdenes y los mandatos del poderoso Zeus. Su profundidad era tal que, según explica Hesíodo en su obra "Teogonía", un yunque de bronce que arrojáramos desde la tierra tardaría nueve días y nueve noches en entrar en el "Tártaro".

A tan tenebroso lugar fueron a parar los Titanes que se enfrentaron a Zeus. De allí nadie podía escapar, pues se hallaba cerrado con grandes puertas de hierro y acotado por tres enormes muros de bronce.

Además, dos caudalosos e inmundos ríos, que despedían un olor putrefacto, rodeaban al "Tártaro". Para poder llegar al lóbrego y sombrío lugar de muerte y desolación, era necesario atravesar las enfangadas aguas. Para tal menester, se hacía necesario contratar los servicios de un cruel personaje, el barquero Caronte, que exigía a los muertos, aún no sepultados, le pagaran por sus servicios. Si no tenían suficiente dinero, los golpeaba con sus remos y les hacía bajar de su barca, por lo que vagarían de un lado a otro, sin conocer nunca reposo ninguno.

Esta tenebrosa morada subterránea, a la que acudían todos los malvados, permanecía, además, resguardada por un feroz vigilante, el Cancerbero; un enorme perro de tres cabezas que alejaba con sus triples aullidos a todos los vivientes que pretendieran entrar en el "Tártaro" y, al mismo tiempo, impedía que salieran las almas de los condenados.

El "Tártaro", por lo demás, constituía el dominio de Hades/Plutón —dios de los infiernos, que heredó el mundo subterráneo y gobierna sobre los muertos—, que es temido por el más repugnante y terrible de los dioses.

En el "Tártaro" también se encuentran prisioneros los gigantes que intentaron ofender a la madre de Apolo. Su castigo consistía en contemplar una fuente de aguas cristalinas y un árbol cargado de frutos pero a los que no podían acercarse, a pesar de estar muriéndose de sed y hambre.

También se encuentran en el "Tártaro" las Danaides —hijas de Dánao que mataron a sus maridos—; excepto una de ellas, todas las demás fueron condenadas a los infiernos, en donde se esfuerzan en llenar de agua una barrica sin fondo.

El "Tártaro" estaba repleto de desdicha, remordimientos, enfermedades y miserias.

Allí se encontraban:

- La Guerra, chorreando sangre.
- La Miseria, vestida con andrajos.
- Todos los monstruos imaginables.
- Quienes habían odiado y maltratado a sus padres o hermanos.
- Los traidores y mentirosos.
- Los servidores infieles.
- Los avarientos.
- Los gobernantes, reyes y príncipes que habían llevado a sus países a guerras injustas.

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