ARIADNA, LA PERFECTA ESPOSA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 20, XIII Parte

Ariadna, la hija del rey Minos de Creta y también nieta de Zeus, había ayudado a Teseo a encontrar la salida del laberinto del Minotauro, con la inestimable ayuda de su hilo. Pero este héroe legendario y desagradecido la abandonó a su suerte en la isla de Nexos. Allí, en esa isla de vides y vinos, Dioniso se encontró, al desembarcar de su aventura con los malhadados piratas, con la presencia inolvidable de la bella Ariadna, dormida sobre las arenas de la playa, tan bella que encargó al herrero olímpico, a Hefesto, una corona de oro que fuera parecida a su belleza. Despertó el enamorado Dioniso a Ariadna y, entregándola la diadema, la hizo su esposa. Su matrimonio fue feliz y se tradujo en la culminación de su complicada vida sobre la faz de la tierra. Con ella, Dioniso tuvo a sus seis hijos, a Enopión, que sería rey de Chío; a Toante, más tarde rey de la Táurida; a Estáfilo; a Latramis; a Evantes; y a Taurópolo. Ya estaba terminada, pues, la aventura del dios y podía ocupar su puesto en el Olimpo. Hestia le cedió para siempre el suyo, en aquel círculo restringido de los doce grandes dioses. Ya confirmado como divinidad de primera línea, Dioniso demostró que no había olvidado a su pobre madre, a la infeliz Semele, y descendió en su busca a los infiernos, para rescatarla de manos de Hades y hacerla disfrutar en la eternidad de lo que en vida se le había negado. Con ella volvió Dioniso del Tártaro, tras haber conseguido de la esposa del rey de los infiernos, de Perséfone, que le fuera concedida la libertad. Regresó, pues, a la gloria divina el hijo y su madre, no teniendo Hera más remedio que reconocer y soportar la derrota final, aceptando la presencia triunfal de Semele a su lado, puesto que ya Dioniso estaba a su misma altura, en la cima del Olimpo.

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