PELOPE E HIPODAMIA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 13, VIII Parte

Pero la llegada de Pélope a la Elida vino a terminar la historia de derrotas mortales. Pélope era el hijo de Tántalo, a quien éste intentó ofrecer como manjar insultante a los dioses, hecho por el que Tántalo fue castigado eternamente, mientras que el inocente Pélope era devuelto a la vida por ellos, tras ser recompuesto casi en su totalidad. Tras el incidente, el joven protegido de los dioses llegó hasta las tierras de Enomao y se prendó de la bella Hipodamia. Como era natural, el rey le desafió a la mortal carrera y el joven, sintiéndose acompañado por la buena voluntad divina, aceptó el desafío. Hay quienes dicen que Pélope contaba con unos caballos aún mejores, regalados por Poseidón, y la mejor calidad de los corceles fue la causa exclusiva de su triunfo; hay otros que prefieren la versión del amor de la princesa, y por eso aseguran que fue Hipodamia la que decidió terminar con la saña del rey Enomao, que se negaba a aceptar la posibilidad de ser el suegro, y prefería evitar el lazo político potencial, actuando como un muy celoso padre suyo. Hipodamia, harta de tener que resignarse a ver desaparecer en la fosa a tantos admiradores valientes, sin llegar a disfrutarlos mínimamente, pergeñó una solución definitiva a su problema, haciendo que un soborno llegara a Mirtilo, caballerizo del rey, para que éste atentara contra Enomao, dejando el eje del carro real casi partido por la mitad. La carrera comenzó y el carro real se quedó en la estacada, con ninguna posibilidad de llegar, aunque fuera el último, a cruzar la meta. Para rematar la historia, se cuenta que Pélope dio muerte a Mirtelo, no sin que éste le maldijera antes de morir. Resulta trágico que Mirtelo muriese a manos de quien había ayudado a vivir, a pesar de haber sido él responsable de su triunfo, pero esto se puede interpretar como otro de esos hechos desafortunados que trajeron la desgracia a toda la estirpe de Tántalo y que vienen a justificar aún más el infortunio del clan. Lo que si se puede decir con certeza es que el sanguinario e implacable dios del sufrimiento ajeno, Ares, aunque sólo lo fuera por intermedio del fracaso de su amigo Enomao, también terminó la aventura en una mala situación, puesto que la derrota de ese cómplice era —en buena medida—derrota también propia. Y sin ningún género de dudas, los griegos colocaban el regalo de Ares en un lugar prominente de la leyenda de Hipodamia, para que se pudiera claramente ver la clase de individuo celestial que era el dios propio de las guerras.

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