LA PUGNA POR EL DOMINIO DEL ATICA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 18, X Parte

Un buen día, apostando fuerte en su juego por el dominio de la tierra firme, Poseidón se encamina al Atica y clava el tridente simbólico en el suelo de su cumbre más preciada, en el recinto de la Acrópolis. Ese terrible tridente hendió como un cuchillo la corteza de dura roca y de sus profundidades surgió un pozo de agua salada de su mar. Con ese violento e inútil portento, Poseidón quiso dejar constancia de su paso por la tierra y señal de su toma de posesión oficial. Pero la vida del Atica continuó, como si nadie en el Atica quisiera hacer caso del acto de soberbia de tan airado y antojadizo dios. Muchos años terrenales más tarde, Atenea, la sabia y laboriosa divinidad, se acercó a la Acrópolis y trajo, al lado de ese pozo hondo y salado, que todavía permanece en la Acrópolis, un pacífico y provechoso olivo, árbol que plantó y dejó crecer allí mismo, como prueba palpable de su amor a los laboriosos hombres y mujeres del corazón de Grecia. Pero el olivo sí que se dejó sentir y, precisamente, en el orgullo de Poseidón, quien no dudó en presentarse envuelto en su cólera destructiva, dispuesto a arrebatar a Atenea la colina sagrada, la ciudad y el Estado que anhelaba poseer. Retó el embravecido Poseidón a la equilibrada diosa Atenea, sin recordar que ella era, precisamente, la diosa que siempre resultaba vencedora en la batalla, una vez que se había querido entrar en ella.

Retó, pues, el energúmeno marino a la bella hija de Zeus, a la virgen por convicción, a la mujer divina que nunca había sido más grande que cuando llevó el olivo al Atica, y la retó a un combate que zanjase la disputa de una vez por todas. Palas Atenea, sabedora de su poder, estaba dispuesta a aceptar el reto, pero su padre Zeus entró en escena y prohibió que se levantara arma alguna entre dioses que eran, además, su hija y su hermano, por un motivo que. evidentemente, era tan fútil.

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