AL SERVICIO DE LOS DIOSES. IRIS Y LAS ARPÍAS

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 22, I Parte

Taumas, genio del mar, fue un hijo del mar y de la tierra, que desposó con Electra, la hija de Océano, la deslumbrante ninfa oceánica, que no la famosa hija de Agamenón de Argos, y de ella tuvo al arco iris y a los vientos. Estas hijas recibieron, por un lado, el nombre de Iris y, por el otro, el de Arpías. Antes de seguir con Iris, digamos que las Arpías, personificación de los vientos súbitos y tremendos, fueron consideradas, en un principio, como divinidades bondadosas, seres de muy buen corazón, a pesar de lo que después se pasó a contar de ellas, sobre todo en la mitología romana. Las Arpías fueron tres (Aelopos, Ocipeta y Podargé), según Homero, y ocho (las dos anteriores y Ocípoda, Celeno, Ocitoa, Nicolea y Aqueloo), según otros autores más generosos con su número. En lo que respecta a Iris, que sólo gozó del mejor de los reconocimientos, se dividen sus apologistas en dos grandes grupos. Hay quienes la sitúan entre la pléyade de divinidades virginales, y hay también quienes prefieren considerarla esposa de Céfiro, la divinidad del suave y benéfico viento del Poniente que para otros estuvo desposado con la ninfa Cloris. Aunque sus pasos por la tierra están mal dibujados, tal vez porque su cometido era el de volar de un lado a otro con la velocidad del rayo, sí podemos reconocerla con facilidad cuando está relacionada con determinados dioses y determinadas escenas. La veremos volando, con la inmejorable ayuda de sus sandalias aladas de oro, a veces también con alas en la espalda, siempre joven y hermosa y con un caduceo como el de su compañero de trabajo Hermes, con el mismo significado de paz y comunicación.

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