GANIMEDES DESALOJA A HEBE DE SU PUESTO

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 22, IX Parte

Llegados al Olimpo y una vez satisfechas las más perentorias pulsiones de Zeus, el hermoso Ganimedes fue, además de ser aceptado por el resto de los dioses como amante de su colega y superior, elevado al cargo de copero de los dioses, lo que supuso la automática destitución de Hebe en el servicio del néctar y la ambrosía, aunque Hebe fuera hija de Hera y del imperdonable Zeus, y también diosa de la juventud, y una ejemplar hija, ya que era ella quien se cuidaba de atender a las necesidades del palacio de Zeus y Hera con inigualable presteza. Pero todo su rango y genealogía de nada le sirvió cuando su padre decidió el cambio, y ni la misma Hera consiguió anular la orden de su marido. Así que Ganimedes fue amado y obsequiado por el mayor de los dioses, quien le hizo entrega de regalos tan preciados como el don de la eterna juventud, para que fuera aún más parecido a la pospuesta Hebe. Además, Zeus, para honra de Ganimedes o mayor burla de su esposa Hera, se empeñó en compensar al rey Tros por el secuestro de su hijo y le dio la vid de oro que había encargado forjar a Hefesto, para que el rey la tuviera y exhibiera en su reino; asimismo le regaló un par de caballos inigualables, casi como dote por este irregular matrimonio consumado con su hijo. Como Hera no cesase en sus reclamaciones y en irritación contra el bello Ganimedes, ni olvidase la afrenta hecha a su hija, la hacendosa Hebe, e insistiese en pedir reparación al daño causado, el caprichoso Zeus terminó por reaccionar en sentido contrario y, en lugar de restituir a la joven diosa y excelente hija en su perdido puesto y dignidad, hizo que, por contra, Ganimedes recibiera el honor máximo que Zeus concedía a sus más queridos seres, y así se cumplió, ya que el joven copero se incrustó eternamente en el firmamento y con su figura se ocupó un nicho destacado del cielo, festoneando su cuerpo con estrellas en forma de la constelación que lleva su nombre para siempre, de modo que ni los dioses ni los mortales pudieran olvidar nunca su belleza y el amor que Zeus había sentido y demostrado hacia él.

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