EL MATRIMONIO CON HEFESTO

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 15, V Parte

Casada la más guapa entre las diosas y, por ende, eternamente joven con el nada agraciado hijo de Zeus y Hera, contrahecho pero bondadoso y trabajador Hefesto, el matrimonio entre Afrodita y el herrero del Olimpo pareció ser ejemplar, con el añadido de ser un marido enormemente satisfecho por su suerte, y tal vez el dios más feliz y orgulloso de su felicidad, al poderse considerar el elegido entre todos los inmortales; parecía imposible que tan espléndida mujer, nada menos que la diosa del deseo, la personificación del amor y la belleza, fuera su esposa, aquella mujer que le estaba dando tantas satisfacciones y una descendencia tan numerosa y lucida. Todo aparecía radiante en aquella pareja, todo discurría plácida y gratamente, a todos los efectos, al menos, antes de que alguien se pusiera a averiguar que era lo que estaba pasando con tan maternal Afrodita, esa diosa tan presumida, tan orgullosa de sí y tan celosa de su belleza, aumentada hasta el infinito con la posesión de su prenda mágica, del ceñidor que la hacía irresistible a todos los varones mortales o inmortales. Durante este plácido tiempo matrimonial, Afrodita dio a luz tres hijos; eran dos muchachos y una chica. Los dos varones tenían nada buenas costumbres y hacían gala de unos pésimos sentimientos. Por contra la hija era una dulce y encantadora joven. Se trataba, nada más y nada menos que de los varones Deimos (el espanto) y Fobos (el miedo) y de la hermosa Armonía, nombre que — afortunadamente— no necesita de una descripción auxiliar. Todo hubiera sido perfecto de no mediar una indiscreción de Afrodita y la curiosidad de Helios, que sorprendió una mañana, ya tarde, a Afrodita durmiendo plácidamente en su lecho, pero acompañada del poderoso rufián llamado Ares. ¡Ahora sí que se explicaba la vocación bélica de Deimos y Fobos, escuderos, lógicamente, de su sanguinario padre! Helios corrió a dar la noticia al burlado Hefesto, aunque la misión no fuera nada agradable, pero Hefesto siempre se había hecho querer entre las gentes del Olimpo y había que corresponder a su lealtad con la misma fidelidad, por encima de cualquier otra consideración de hermandad o cofradía entre dioses.

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