ARTEMIS/DIANA

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 11, I Parte

Esta adscripción a Selene (para los griegos) o Luna (para sus herederos romanos) es un hecho que aparece más tarde, cuando ya la imagen de Artemisa estaba consolidada como reina de los bosques, con su corte de doncellas prodigiosas. Cuando se la lleva a ser divinidad del satélite, se está desplazando a su "propietaria" Febe o Selene, una titánida de la primera ola de la mitología primigenia, hermana de Helios, la divinidad del Sol. Por cierto, que al desplazar a Artemis a la posición lunar, su gemelo Apolo también se desplaza hasta ocupar el puesto de Helios, lo que resulta plenamente equilibrado para el conjunto fraternal de cara a la pareja importancia que han de ocupar los dos hermanos en el cuadro mitológico. Pero no se detiene ahí el movimiento y Artemisa sigue avanzando, hasta que también se encaja en el hueco de Hécate, en el sitio que antes pertenecía a esta divinidad de la sombra de la luna. Con las tres personalidades, su identidad se complica y ya está ante sus fieles una diosa con tres rostros: el de Artemis sobre la faz del planeta; de Selene en el firmamento, y de Hécate en las sombras eternas de los infiernos. Así, por translación, se obtiene una deidad que ocupa los mismos tres espacios que —en su día, y tras vencer a Cronos— ocuparon Zeus, Poseidón y Hades, como una segunda edición del imperio de la época paterna, en el que se hubiera eliminado el triunvirato a favor de una concentración total del poder. La diosa termina por ser una poderosa criatura que tan fácilmente puede provocar la enfermedad y la muerte, como puede curar a toda una nación con su voluntad. Se va haciendo cada vez más poderosa, pero no es Artemis quien (naturalmente) exige ese poder total, sino que son sus fieles quienes, con el paso del tiempo, van reivindicando para ella, para su divinidad favorita, el monopolio del poder, la unión de todos los posibles atributos olímpicos en sus manos, como prueba de su popularidad, del afecto de sus seguidores y del encanto que despertaba la deidad cazadora, la decidida mujer que vive en la naturaleza, entre las fieras y a merced de los elementos, aquí abajo, en el mismo mundo que los humanos, dando prueba de ser, a pesar de todo, de la misma madera que nosotros, los hijos de la tierra, preocupada por los retoños de las bestias y entusiasmada con la idea de dar caza a cualquier animal de buen porte que se ponga a tiro.

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