UNA CARRERA ASCENDENTE

MITOLOGÍA UNIVERSAL Capítulo 22, XII Parte

En el principio, las Musas eran tan sólo unas buenas ninfas que estaban asociadas al agua de tierra adentro, a los manantiales que brotaban en las alturas de las montañas, y de ahí viene su nombre, de la asignación a las montañas. Pero los manantiales no se quedaban quietos, sus aguas caían por entre las peñas, se adentraban en los valles, pasaban entre los asentimientos humanos, fecundándolos, y luego descendían hasta los ríos mayores que terminaban por devolver su agua al mar original. Con el paso del tiempo, las Musas se fueron especializando, asociándose su nombre y actividad al campo de la palabra recitada o cantada, como un recuerdo del murmullo de esas aguas que jugueteaban con sonoridad por entre los riscos de la montañosa Grecia, porque la palabra hablada o acompañada de música era importante y respetada en todo el país, y se sentía la necesidad de que tuviera una divinidad específica, una tutela celestial que la protegiera y ayudara a su mantenimiento y difusión. Y como muestra de su importancia creciente, tenemos que ver como se recurre a ellas para que juzguen la pugna artística entre Marsias y el mismo Apolo, el músico por excelencia. El caso es que el pobre Marsias se había topado con la doble flauta que Atenea se hizo para su entretenimiento y a la cual maldijo, por una cuestión de coquetería frente a las burlonas Afrodita y Hera, que apenas viene al caso, ya que se reían de ella al verla con la cara hinchada por el esfuerzo inhabitual de soplar el instrumento nuevo para la industriosa Atenea. Pues bien, al parecer quiso el destino que Marsias soplara la doble caña de hueso, sin nada esperar de ello, sólo por ver cómo era su sonido y quedó tan asombrado que ni él mismo podía dar crédito a sus oídos: la flauta de Atenea era melodía pura en sus labios.

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